HERMANDADES SIGLO XVII
Las asociaciones eran las siguientes: Hermandad del Santísimo Sacramento, Cofradía del Nombre de Jesús,
Hermandad de la Cruz, Cofradía de los Mártires, Limosna de las Ánimas del
Purgatorio, Hermandad de San José, Hermandad de San Pedro y Hermandad de Ntra.
Sra. del Rosario.
La más antigua es la del
Santísimo Sacramento que ya conocíamos desde un siglo antes, y que es citada
algunas veces como Cofradía y Hermandad del Santísimo Sacramento y otras como
Cera del Santísimo Sacramento, indicándonos que su función principal era la
demanda de la cera para alumbrar el Santísimo Sacramento en la Iglesia y cuando
salía a visitar a los enfermos. Las cuentas anuales de esta cofradía están
tomadas por la propia Justicia de la Villa en función del patronazgo que
ejercía sobre ellas, puesto de manifiesto en la elección de sus mayordomos, que
tenía lugar en la sesión del segundo día de Pascua de Navidad, junto con los de
la Iglesia, el Hospital y los de las ermitas.
Todas las asociaciones citadas tenían
su sede en la Iglesia Parroquial, salvo la de los Mártires que residía en la
Ermita de su nombre. Sólo de una manera indirecta podemos intuir algo sobre su
organización. El mayordomo parece ser la figura central de la Hermandad: a su
cargo están las cuentas que debe rendir ante el Cabildo o los oficiales de su
propia cofradía, y en última instancia ante los Visitadores; y ha de ser
persona honesta y que ofrezca ”fianza a contento
de los nombradores”. Un gasto fijo en casi todas es el salario de un muñidor,
o criado encargado de los avisos, que oscila entre uno y dos ducados anuales.
En algunas aparecen los cargos de escribanos y organistas. También ignoramos
casi todo sobre los cofrades. Nos gustaría conocer sus nombres, sus
obligaciones y los requisitos de admisión, entre otras cosas, pero debemos
contentarnos con saber que en la de los Mártires se pide a cada hermano como
donativo un real, y han ingresado 26 en el año 1603.
No hay cuotas propiamente dichas
sino aportaciones de limosnas en el bacín correspondiente, lo que a veces no es
suficiente y han de acudir al repartimiento entre los hermanos como lo hace en
el año que nos ocupa la Cofradía de los Mártires que solicita que de cada uno
seis maravedíes, cantidad que no pueden pagar por ser personas muy pobres, 62
de los 1927 cofrades (cifra altísima para una población de 917 vecinos). El
patrimonio de las cofradías se compone, sobre todo, de censos, cuyos réditos
forman, junto a las limosnas, la mayor parte de sus ingresos anuales.
Todas las hermandades tienen por
principio una finalidad religiosa. Sus advocaciones refuerzan en los fieles los
misterios de la fe y las devociones más populares. El Nombre de Jesús tiene
como imagen fervorosa la de un Niño Jesús, todavía sin altar en la Iglesia; la
de la Cruz nos recuerda el Misterio del Calvario y la del Sacramento, el del
Amor. La gran interrogante de la muerte y de la vida encuentran eco en la de
San José, Patrono de la Buena Muerte, en la de las Ánimas del Purgatorio y en
la de San Pedro, custodio de las llaves del Reino de los Cielos. La Cofradía de
Ntra. Sra. del Rosario es un ejemplo de la difusión que dicha práctica piadosa
tuvo en el siglo XVII en los Reinos de España, mientras que la de los Mártires
responde a la gran devoción existente en toda Extremadura en los siglo modernos por San Sebastián y San
Fabián, especialmente por el primero, a los que se consideraba protectores
contra la peste (¿sería esta circunstancia en una situación angustiosa de
epidemia generalizada la motivadora de su elevado número de asociados?).
La piedad de los cofrades se
expresa en actos de devoción, como las procesiones, que acompañan los hermanos
del Nombre de Jesús con varas de astas coloradas, y que celebran en la del
Rosario mensualmente. En la de las Ánimas tiene lugar cada semana juntamente
con vigilias y misas cantadas. Son las misas, cantadas o rezadas, que todas
dicen a lo largo del año por sus hermanos vivos y difuntos las actividades
principales de estas cofradías. A ellas aportan, además, los objetos litúrgicos
necesarios, como velas, vino y blandones con sus hachas de cera blanca o
amarilla para el adorno de los altares. La Cofradía de los Mártires celebra
misa por sus hermanos vivos todos los domingos y fiestas del año: una misa que
ha de comenzar una hora antes que la de la Iglesia Mayor; y la de las Ánimas
del Purgatorio es la encargada de la llamada misa de ánimas a la hora de
amanecer necesaria en una villa donde hay muchos labradores que salen temprano
a cuidar sus haciendas y así pueden asistir a ella. Además de las misas
reglamentarias, cada cofradía manda decir aquellas a que están obligadas en
virtud de alguna donación, mandas testamentarias o capellanías. La práctica de
la caridad la tenemos reflejada en la preocupación por los sufragios a los difuntos,
el acompañamiento a los entierros de los hermanos y la norma que recogemos de
la Cofradía del Nombre de Jesús de socorrer con préstamos sin interés a los
cofrades necesitados.
A lo largo del Seiscientos
aumenta el número de cofradías. En 1627 el pintor local Jerónimo de Fonseca
hace la imagen de San Antón para esta cofradía que se instaló en la ermita de
los Apóstoles. Era de madera de Almendro y se concertó que lo entregaría
labrado, estofado y dorado, tasado en 400 reales; en 1628 se concede permiso
para hacer imagen y cofradía a San Blas en la ermita de San Cristóbal:
“que esta villa tiene mucha devoción con el glorioso y bienaventurado
San Blas, obispo que fue de la çiudad de Sebaste en Capadoçia, y le tiene por
amparo, protector y medianero con Su Divina Magestad en los achaques de
garganta que en esta villa se padecen, y para que esta deboción más
resplandezca y se aumente con el amor y caridad que caso tan grave e ynportante
pide y al serviçio de Dios Nuestro Señor conviene, avemos comunicado que la
imagen del dicho glorioso sancto se haga de escultura, estofado y dorado con
toda perfección, y se haga e ynstituya una cofradía de que sean hermanos y
cofrades todos los vezinos de esta villa, y para ello ofreçen sus limosnas”.
Ya sabemos que aquel mismo año
se quiso fundar otra cofradía en honor a Ntra. Sra. de los Remedios, por los
portugueses que residían en la villa, pero al pretender que se negara la
entrada en ella a los demás vecinos, no se les concedió el oportuno permiso por
el Concejo.
Después fueron surgiendo otras
cofradías. La
de San Bartolomé en la Iglesia Parroquial para la que hicieran el retablo Juan
Luis y su hijo Alonso Luis, carpinteros y ensambladores de Mérida, por 1500
reales y lo doró Manuel Rodríguez, pintor y dorador vecino de Llerena, quién
también le pintó algunas imágenes y restauró la imagen del Santo; la de San
Marcos en 1669; otra en la ermita de Santiago, cuya advocación no conocemos y
la de San Isidro Labrador en Santa Ana.
Quizás la cofradía que llegó a
tener más importancia por la calidad de sus miembros y la cuantía de sus
ingresos, fue la de San Pedro, continuamente nombrada en los testamentos de las
personas relevantes de la villa que se declaran hermanos de ella y recuerdan
que se les hagan los sufragios a que tiene derecho como tales componentes de la
misma. Una cofradía fundada inicialmente para sacerdotes, recibe laicos a los
que aplican los mismos socorros espirituales que a los sacerdotes a cambio de
unas importantes donaciones.
Hemos encontrado un contrato de
admisión a esta cofradía, que aunque de fecha algo terminal para nuestro
estudio (1706) pudiera ser indicativo de otros similares, aunque de menor
cuantía. El cura de la villa y un presbítero actúan como mayordomo y
secretario, respectivamente. Todos aceptan, después de consultar a los hermanos
cofrades, las condiciones que doña Isabel de la Cruz Zúñiga y Cevallos ofrece y
demanda para su ingreso en la cofradía. Esta señora es hija del regidor
perpetuo Don Francisco de la Cruz Becerra Zúñiga Cevallos y Doña María Vara
Doblado, y esposa del también regidor perpetuo Don Juan Nieto Becerra
Villalobos, Señor de Monsalud. Ofrece la limosna de 2200 ducados para que la
cofradía le haga los sufragios, oficios y entierro como a cualquier otro
sacerdote hermano de la misma, por lo que se le han de ofrecer por cada
sacerdote nueve misas rezadas en los nueve días siguientes a su fallecimiento.
A cambio de ello, independientemente de la limosna dicha, Doña Isabel mandará
decir nueve misas por cada sacerdote que fallezca mientras ella viviere.
Además, la cofradía le hará cada año en el día de la Exaltación de la Cruz (14
de septiembre) una vigilia con misa cantada con asistencia de todos los
hermanos sacerdotes, y cada uno dirá ese día una misa rezada y un responso
sobre la sepultura de sus padres, y cuando ella fallezca, sobre la proximidad
de la tarde anterior a la referida vigilia, se harán redobles de campanas para
convocar a los hermanos y personas que quieran acudir o encomendar las almas de
sus padres y ella.
Fuente: “Almendralejo en los siglos XVI y XVII”, Francisco Zarandieta Arenas
Fuente: “Almendralejo en los siglos XVI y XVII”, Francisco Zarandieta Arenas
"Quiero que construya una iglesia para difundir la devoción a mí. Le daré las gracias, sobre todo, a los devotos que van a venir aquí a visitarme."
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